LA CIUDAD Y LAS HORMIGAS
Acaba
de terminar oficialmente el verano, pero por estas latitudes el calor no cesa,
lo que nos obliga a dormir sin ropa de cama e incluso, a veces, sin ropa
alguna. Lo que tampoco cesa al parecer es
la presencia de hormigas que, dibujando sinuosas líneas por las paredes,
ejercitan su diaria labor de procurarse alimento y de paso, de fastidiarnos la
vida. Las hormigas van y vienen a lo
largo de esas líneas tropezándose a menudo y dando la impresión de no saber
adonde van, en un aparente desorden que uno pronto descubre que no lo es,
cuando en un vano intento por desorientarlas se pasa la mano por la pared y
arroja al piso a decenas de ellas deshaciendo la línea. Por un momento la pared queda libre, pero al
poco tiempo se reconstruye con nuevas hormigas ¡por el mismo camino que la fila
original! Las feromonas hacen bien su
papel.
Las
hormigas gozan la merecida fama de ser unos animalitos inteligentes; pero aún
así no deja de sorprenderme la siguiente experiencia personal ocurrida hace algunos
años.
Fue un
verano de mucho calor en Lima y en particular por esta zona de El Sol de la Molina.
Surgida sobre un inmenso arenal y conservando aún ciertas
características rurales, la zona resulta
propicia para la proliferación de algunos insectos como las hormigas, las que
en épocas calurosas invaden las viviendas, empezando por la cocina y el comedor
y terminando incluso por los dormitorios. Un día, en un arranque de
desesperación por librarnos de su incómoda presencia, limpiamos escrupulosamente
la casa y aplicamos los productos del caso por los posibles puntos de acceso. Para mayor precaución utilizamos dos mata-hormigas,
uno en polvo y otro líquido, esparciéndolos por el piso de la cocina, por debajo
de la mesa del comedor y por las patas de sillas y mesa. Convencidos de que esta vez le habíamos
ganado la partida, dejamos confiados una bolsa de pan sobre la mesa. Al cabo de poco tiempo vimos con sorpresa que
algunos de estos bichos se paseaban impunemente alrededor del pan. Revisión escrupulosa, doble ración de
insecticida y vuelta a limpiar. Al cabo
de un tiempo, el mismo resultado.
Heridos en nuestro amor propio, decidimos investigar sistemáticamente el
asunto y averiguar por donde se infiltraban las porfiadas hormigas. Habiendo descartado la ruta del piso, alzamos
los ojos hacia el techo y logramos distinguir una imperceptible huella que saliendo
de una alejada caja de distribución de luz subía por la pared, enderezaba por
el techo y terminaba justo encima de la mesa. ¡El enemigo había utilizado lo
último en tecnología militar: su cuerpo de élite de paracaidistas!
También,
hace algunos días, se ha celebrado en todo el mundo el cumpleaños número
ochenta de Gabriel García Márquez, Gabo.
Quien haya leído su obra cumbre Cien años de Soledad, recordará que la
mítica Macondo, ciudad signada por la inacabable estirpe de los Buendía,
sucumbe al final víctima de la canícula, de sus innumerables pecados y de las hormigas
coloradas.
Esta
visión apocalíptica de una ciudad carcomida por las hormigas me trajo a la memoria otra de una novela de
ficción menos conocida pero igualmente sugerente y cautivante escrita por
Clifford Simak allá por los años 50 y titulada simplemente Ciudad. Título anodino que no presagia nada interesante
ni despierta la menor curiosidad, salvo cuando por casualidad uno logra leer la
contratapa en donde se nos informa que se trata de un libro ¡escrito por
perros, para perros y sobre perros!
El
libro está compuesto de un conjunto de mitos que hablan de personajes y lugares
de leyenda. Historias que han sido
contadas una y otra vez durante generaciones por los adultos a los cachorros reunidos
alrededor del fuego antes de dormir. Los seres humanos, a los que los perros se
refieren simplemente como websters, son personajes inexistentes que alguna vez
poblaron La Tierra
en asentamientos llamados ciudades. Cada
historia, comentada y discutida por sesudos analistas caninos, es independiente
una de otra y se desarrolla a lo largo de siglos en un remoto pasado del cual
no se tiene referencias ciertas; sin embargo hay, si se quiere, un hilo
conductor a lo largo de los relatos: un robot al parecer inmortal llamado
Jenkins y algunos humanos ligados a la familia Webster. En conjunto, el libro describe algunos
eslabones en la larga Caída del Hombre, según la tradición perruna, y la extinción
de algo que los perros no pueden concebir ni entender: la ciudad.
Cual moderna
Mil y una Noches, la novela va desplegando a lo largo de sus páginas una amplia
colección de prodigios: los viajes espaciales, los robots, los mutantes, los
mundos paralelos, las otras dimensiones, la teleportación, el mundo de los duendes (tan caro a los
perros), el metafórico mundo de las drogas y los paraísos artificiales, y el
misterioso e incomprensible mundo de las hormigas. En una época remota, un mutante humano les da
a las hormigas el estímulo necesario para que su sociedad casi perfecta, pero excesivamente
rígida, pueda romper el ciclo estacional que les ha impuesto la naturaleza
impidiendo su desarrollo; y luego, las abandona a su suerte. A medida que la presencia del hombre se va reduciendo,
seducido por la tecnología, el hedonismo y el afán de poder; los perros van
creando su propia sociedad por un camino alterno al de sus antiguos amos
mientras que las hormigas van construyendo misteriosas edificaciones entrecruzadas
de túneles que van cubriendo poco a poco toda la superficie del planeta y
desalojando de paso a sus antiguos moradores, entre ellos los perros y los
hombres. Estos van cediendo al avance de
las hormigas, casi voluntaria y resignadamente; pues saben que de otro modo volvería
a repetirse el eterno ciclo de luchas que ha signado la historia de los hombres.
El principio de No Matarás debe extenderse a toda especie viviente.
En el
postrer relato Jenkins, el robot, recibe las instrucciones con el deseo expreso
del último de los Websters para destruir el mecanismo que eventualmente podría
abrir la ciudad abovedada de Ginebra, en donde los últimos humanos que no han seguido
el camino de la evasión se han recluido y duermen en estado de hibernación el
sueño eterno. El mensaje es sutil; pero
claro, la especie humana no debe interferir con la canina, para que ésta tenga
su oportunidad. La Tierra original en donde
reposan los últimos vestigios de la especie humana está sellada para siempre y
las misteriosas e incomprensibles hormigas reinan sin limitaciones sobre ella.
Los perros, trasladados a las Tierras paralelas empoderados de una filosofía ajena
a la humana han emprendido su propio camino, libres de la influencia que por
milenios ejerció el hombre sobre ellos, y libres incluso de su propio recuerdo.
Nada debe interferir en su camino y por eso tanto el hombre como sus ciudades
deben quedar reducidos a leyendas.
Hay un
cierto paralelismo o trasfondo que creo no es casual entre estas dos novelas
que a simple vista son tan diferentes por su origen, contenido y ambientación. Ambas tratan, al fin y al cabo, sobre el
problema del hombre y su destino, a través de los avatares de dos familias
emblemáticas que se prolongan en el tiempo: los Buendía y los Webster. La primera hunde sus raíces en el pasado y la
segunda se proyecta hacia el futuro, aunque ese futuro no sea ya humano sino
perruno. Pero en ambos casos, son las hormigas las que tienen la última
palabra. ¿Visión pesimista del hombre y
su futuro?
En los
no tan lejanos días de la guerra fría, la amenaza de una hecatombe nuclear se
cernió sobre la humanidad generando, entre otras cosas, una literatura
apocalíptica casi asfixiante que se extendió al cine y la televisión. Y fue en la ceremonia inaugural de la Conferencia Mundial
de Ixtapa en 1986 que el consagrado Gabriel García Márquez pronunciara esa pieza
oratoria magistral titulada El Cataclismo de Damocles, ante los máximos gobernantes
del mundo, Decía Gabo, que si por
desgracia se producía el holocausto nuclear, una de las pocas especies
sobrevivientes sería probablemente la de las cucarachas. Me atrevo a pensar que en su mente también estaban
presentes las hormigas.
Se
dice que un meteorito, hace 50 millones de años, acabó con el reinado
indiscutible de los dinosaurios, dando la oportunidad a que una clase nada peculiar,
la de los mamíferos, pudiera desarrollar y cambiar el curso de la
historia. Cualquier factor, cataclísmico
o no, fuera del control humano, puede volver a repetir la historia y dar la
oportunidad a las hormigas, a las cucarachas o a cualquier otra especie sin
mayor relevancia hoy en día, incluidos los perros.
Nuestras
vidas son largas en términos humanos y las medimos en decenas de años, pero de
vez en cuando resulta provechoso hacer un esfuerzo de imaginación y contemplar
el universo del que formamos parte, desde una perspectiva mayor. Somos
seres frágiles y contingentes, pero con una asombrosa capacidad para concebir la
totalidad (¿) de este vasto universo y su evolución, que se mide en miles de
millones de años. Por esos azares del
destino y sólo por algunos instantes, el ocio, la memoria y el capricho de un
humano, ha hecho converger forzadamente la imaginación de dos de sus mejores
representantes literarios en torno a unos incómodos bichos de seis patas, uno
de los cuales se asoma por la esquina de la mesa en donde se escriben estas
líneas.
Petronio 29
de marzo de 2007