jueves, 1 de febrero de 2024

INTRODUCCIÓN 2024

 NUEVA INTRODUCCION 2024

 Hoy es el primer día de febrero de 2024. 

Una fecha especial porque retomo este blog luego de 4 años de abandono.

Y la primera sorpresa que me llevo, grata por supuesto, es comprobar que los casi un centenar de artículos que coloqué están aquí todavía tal cual los escribí. Para alguien como yo cuya memoria está mermando a pasos agigantados será un verdadero placer volver a leerlos, pero esta vez con ojos de lector, no de escritor. 

Espero que de la misma forma, los que tengan la paciencia y la curiosidad de hurgar en estas páginas encuentren algo que no sólo los entretenga sino que sea motivo para entablan una conversación.

Les adelanto que este blog irá transformándose en el transcurso de los días, con nuevo formato, mejor diagramación, nuevos artículos, más ilustraciones, más música y canciones y más referencias sobre lo que ocurre, ha ocurrido y ocurrirá en este mundo.

Espero sus comentarios y les doy las gracias de antemano a todos los que transiten por este blog.

Jaime Sandoval Espinoza

Fulano de Tal

Petronio 

martes, 2 de noviembre de 2021

 

LA CIUDAD Y LAS HORMIGAS

Acaba de terminar oficialmente el verano, pero por estas latitudes el calor no cesa, lo que nos obliga a dormir sin ropa de cama e incluso, a veces, sin ropa alguna.  Lo que tampoco cesa al parecer es la presencia de hormigas que, dibujando sinuosas líneas por las paredes, ejercitan su diaria labor de procurarse alimento y de paso, de fastidiarnos la vida.  Las hormigas van y vienen a lo largo de esas líneas tropezándose a menudo y dando la impresión de no saber adonde van, en un aparente desorden que uno pronto descubre que no lo es, cuando en un vano intento por desorientarlas se pasa la mano por la pared y arroja al piso a decenas de ellas deshaciendo la línea.  Por un momento la pared queda libre, pero al poco tiempo se reconstruye con nuevas hormigas ¡por el mismo camino que la fila original!  Las feromonas hacen bien su papel.

Las hormigas gozan la merecida fama de ser unos animalitos inteligentes; pero aún así no deja de sorprenderme la siguiente experiencia personal ocurrida hace algunos años.

Fue un verano de mucho calor en Lima y en particular por esta zona de El Sol de la Molina.  Surgida sobre un inmenso arenal y conservando aún ciertas características rurales,  la zona resulta propicia para la proliferación de algunos insectos como las hormigas, las que en épocas calurosas invaden las viviendas, empezando por la cocina y el comedor y terminando incluso por los dormitorios. Un día, en un arranque de desesperación por librarnos de su incómoda presencia, limpiamos escrupulosamente la casa y aplicamos los productos del caso por los posibles puntos de acceso.  Para mayor precaución utilizamos dos mata-hormigas, uno en polvo y otro líquido, esparciéndolos por el piso de la cocina, por debajo de la mesa del comedor y por las patas de sillas y mesa.  Convencidos de que esta vez le habíamos ganado la partida, dejamos confiados una bolsa de pan sobre la mesa.  Al cabo de poco tiempo vimos con sorpresa que algunos de estos bichos se paseaban impunemente alrededor del pan.  Revisión escrupulosa, doble ración de insecticida y vuelta a limpiar.  Al cabo de un tiempo, el mismo resultado.  Heridos en nuestro amor propio, decidimos investigar sistemáticamente el asunto y averiguar por donde se infiltraban las porfiadas hormigas.  Habiendo descartado la ruta del piso, alzamos los ojos hacia el techo y logramos distinguir una imperceptible huella que saliendo de una alejada caja de distribución de luz subía por la pared, enderezaba por el techo y terminaba justo encima de la mesa. ¡El enemigo había utilizado lo último en tecnología militar: su cuerpo de élite de paracaidistas!

También, hace algunos días, se ha celebrado en todo el mundo el cumpleaños número ochenta de Gabriel García Márquez, Gabo.  Quien haya leído su obra cumbre Cien años de Soledad, recordará que la mítica Macondo, ciudad signada por la inacabable estirpe de los Buendía, sucumbe al final víctima de la canícula, de sus innumerables pecados y de las hormigas coloradas.

Esta visión apocalíptica de una ciudad carcomida por las hormigas   me trajo a la memoria otra de una novela de ficción menos conocida pero igualmente sugerente y cautivante escrita por Clifford Simak allá por los años 50 y titulada simplemente Ciudad.  Título anodino que no presagia nada interesante ni despierta la menor curiosidad, salvo cuando por casualidad uno logra leer la contratapa en donde se nos informa que se trata de un libro ¡escrito por perros, para perros y sobre perros!

El libro está compuesto de un conjunto de mitos que hablan de personajes y lugares de leyenda.  Historias que han sido contadas una y otra vez durante generaciones por los adultos a los cachorros reunidos alrededor del fuego antes de dormir. Los seres humanos, a los que los perros se refieren simplemente como websters, son personajes inexistentes que alguna vez poblaron La Tierra en asentamientos llamados ciudades.  Cada historia, comentada y discutida por sesudos analistas caninos, es independiente una de otra y se desarrolla a lo largo de siglos en un remoto pasado del cual no se tiene referencias ciertas; sin embargo hay, si se quiere, un hilo conductor a lo largo de los relatos: un robot al parecer inmortal llamado Jenkins y algunos humanos ligados a la familia Webster.  En conjunto, el libro describe algunos eslabones en la larga Caída del Hombre, según la tradición perruna, y la extinción de algo que los perros no pueden concebir ni entender: la ciudad. 

Cual moderna Mil y una Noches, la novela va desplegando a lo largo de sus páginas una amplia colección de prodigios: los viajes espaciales, los robots, los mutantes, los mundos paralelos, las otras dimensiones, la teleportación,  el mundo de los duendes (tan caro a los perros), el metafórico mundo de las drogas y los paraísos artificiales, y el misterioso e incomprensible mundo de las hormigas.  En una época remota, un mutante humano les da a las hormigas el estímulo necesario para que su sociedad casi perfecta, pero excesivamente rígida, pueda romper el ciclo estacional que les ha impuesto la naturaleza impidiendo su desarrollo; y luego, las abandona a su suerte.  A medida que la presencia del hombre se va reduciendo, seducido por la tecnología, el hedonismo y el afán de poder; los perros van creando su propia sociedad por un camino alterno al de sus antiguos amos mientras que las hormigas van construyendo misteriosas edificaciones entrecruzadas de túneles que van cubriendo poco a poco toda la superficie del planeta y desalojando de paso a sus antiguos moradores, entre ellos los perros y los hombres.  Estos van cediendo al avance de las hormigas, casi voluntaria y resignadamente; pues saben que de otro modo volvería a repetirse el eterno ciclo de luchas que ha signado la historia de los hombres. El principio de No Matarás debe extenderse a toda especie viviente.

En el postrer relato Jenkins, el robot, recibe las instrucciones con el deseo expreso del último de los Websters para destruir el mecanismo que eventualmente podría abrir la ciudad abovedada de Ginebra, en donde los últimos humanos que no han seguido el camino de la evasión se han recluido y duermen en estado de hibernación el sueño eterno.  El mensaje es sutil; pero claro, la especie humana no debe interferir con la canina, para que ésta tenga su oportunidad.  La Tierra original en donde reposan los últimos vestigios de la especie humana está sellada para siempre y las misteriosas e incomprensibles hormigas reinan sin limitaciones sobre ella. Los perros, trasladados a las Tierras paralelas empoderados de una filosofía ajena a la humana han emprendido su propio camino, libres de la influencia que por milenios ejerció el hombre sobre ellos, y libres incluso de su propio recuerdo. Nada debe interferir en su camino y por eso tanto el hombre como sus ciudades deben quedar reducidos a leyendas.

Hay un cierto paralelismo o trasfondo que creo no es casual entre estas dos novelas que a simple vista son tan diferentes por su origen, contenido y ambientación.  Ambas tratan, al fin y al cabo, sobre el problema del hombre y su destino, a través de los avatares de dos familias emblemáticas que se prolongan en el tiempo: los Buendía y los Webster.  La primera hunde sus raíces en el pasado y la segunda se proyecta hacia el futuro, aunque ese futuro no sea ya humano sino perruno. Pero en ambos casos, son las hormigas las que tienen la última palabra.  ¿Visión pesimista del hombre y su futuro? 

En los no tan lejanos días de la guerra fría, la amenaza de una hecatombe nuclear se cernió sobre la humanidad generando, entre otras cosas, una literatura apocalíptica casi asfixiante que se extendió al cine y la televisión.  Y fue en la ceremonia inaugural de la Conferencia Mundial de Ixtapa en 1986 que el consagrado Gabriel García Márquez pronunciara esa pieza oratoria magistral titulada El Cataclismo de Damocles, ante los máximos gobernantes del mundo,   Decía Gabo, que si por desgracia se producía el holocausto nuclear, una de las pocas especies sobrevivientes sería probablemente la de las cucarachas.  Me atrevo a pensar que en su mente también estaban presentes las hormigas.

Se dice que un meteorito, hace 50 millones de años, acabó con el reinado indiscutible de los dinosaurios, dando la oportunidad a que una clase nada peculiar, la de los mamíferos, pudiera desarrollar y cambiar el curso de la historia.  Cualquier factor, cataclísmico o no, fuera del control humano, puede volver a repetir la historia y dar la oportunidad a las hormigas, a las cucarachas o a cualquier otra especie sin mayor relevancia hoy en día, incluidos los perros. 

Nuestras vidas son largas en términos humanos y las medimos en decenas de años, pero de vez en cuando resulta provechoso hacer un esfuerzo de imaginación y contemplar el universo del que formamos parte, desde una perspectiva mayor.   Somos seres frágiles y contingentes, pero con una asombrosa capacidad para concebir la totalidad (¿) de este vasto universo y su evolución, que se mide en miles de millones de años.  Por esos azares del destino y sólo por algunos instantes, el ocio, la memoria y el capricho de un humano, ha hecho converger forzadamente la imaginación de dos de sus mejores representantes literarios en torno a unos incómodos bichos de seis patas, uno de los cuales se asoma por la esquina de la mesa en donde se escriben estas líneas.

 

Petronio                                                            29 de marzo de 2007                                                                                           

 

viernes, 22 de octubre de 2021

MI AMIGO JUAN

O

SETENTA AÑOS DESPUÉS

Fulano de Tal se conmocionó al recibir un mensaje por el WhatsApp. No lo podía creer. Después de una eternidad Juan García, su mejor amigo de la infancia, daba señales de vida. El mensaje era escueto y sólo daba cuenta de su llegada al aeropuerto al día siguiente, los datos del vuelo y la hora de arribo. Llegaba con cuatro maletas y le solicitaba encarecidamente que por favor lo fuera a recibir. Ya le contaría luego los detalles de su viaje, su largo periplo por el extranjero y las razones de su retorno.

Y mientras Fulano de Tal se apresuraba a responder confirmándole su ayuda, un cúmulo de atropellados recuerdos acudían a su mente, y miles de preguntas también.

¿Cómo había conseguido contactarlo? ¿Dónde había estado estos largos años? ¿Por qué motivo regresaba? ¿Cómo es que nunca pudieron reencontrarse? ¿Qué aspecto tendría ahora luego del tiempo transcurrido? ¿Cómo lo reconocería? Y muchas otras más.

Allá por los años cuarenta, tres amigos compartían una amistad que parecía sólida y perdurable; uno de ellos era él, Fulano de Tal, otro era Juan García y del tercero sólo recordaba su apelativo, Chelo. Compañeros de juego y de correrías en un barrio periférico de Breña, Juan fue el que lo cargó en hombros un día en que el niño Fulano de Tal retornó de una malhadada estancia en una institución que se suponía ser el Paraíso. No lo fue y por eso, cuando la pandilla del barrio lo levantó en hombros vitoreando ¡Fulano ha vuelto! ¡Fulano ha vuelto!, sintió una alegría indescriptible que le duraría toda la vida.

Su amigo Juan era la persona más sencilla del mundo y su educación era más de la calle que de la escuela o de su casa. No le preocupaba en absoluto hablar bien. Decía las cosas como las escuchaba y entendía. Canillita durante sus vacaciones no decía periódicos sino “perióricos”. Al Ratón Aerodinámico o Super Ratón lo llamaba “El Ratón Adromónico” y al marciano protagonista de una película futurista de la época lo llamaba “Marte invade la Tierra”, título de la película. A Batman lo llamaba El Hombre Murciégalo y las estatuas eran estuatas. Nunca se hizo problemas con el lenguaje.

Un espacioso solar con piso de tierra y paredes de adobe fue el ambiente donde Fulano de Tal y sus amigos pasaron los días más felices de sus vidas; aunque eso lo sabría muchos años más tarde. Y también el escenario en el que, de cuando en cuando, dos vecinas se decían vela verde sabe Dios por qué razones. Y el lugar en donde Fulano de Tal casi se queda tuerto por una piedra lanzada con una honda o resortera que le rompió el pómulo izquierdo con mucha sangre de por medio. O la estampa, que se quedó grabada en su memoria, de una anciana acompañada siempre de una perrita igual de vieja, que arrastraba los pies todos los días para salir a buscarse el sustento. Juan la llamaba “la viejita ’e Pela”. Ironías de la vida; se sabía el nombre de la perra Perla; pero no el de la anciana. Alguien contó alguna vez que en su juventud fue una mujer muy agraciada y que fue la amante de un presidente de la república. Vaya usted a saber.

Todo iba sobre ruedas para las familias del solar y en especial para los tres amigos, hasta que un día recibieron una notificación para que desocuparan sus viviendas. Se había vendido la propiedad y en su lugar se construiría un moderno condominio con casitas de cemento y ladrillo. El plazo para desocupar las viviendas era perentorio. Apresuradamente, cada familia buscó donde reubicarse y fue mudándose una a una. Los amigos inseparables se vieron por última vez a fines de los 40s. Se separaron sin dejar rastro, hasta esa mañana en que Fulano de Tal recibió el mensaje de su amigo Juan, ¡setenta años después!

¿Cómo sería el reencuentro? ¿Emotivo? Fulano de Tal pensó que tal vez no. Al cabo de tanto tiempo los íntimos amigos de la infancia serían unos adultos mayores desconocidos, sin mayor vínculo que unos dispersos y lejanos recuerdos compartidos.

¿Se reconocerían? Fulano de Tal era consciente de cuanto había cambiado él, por las fotografías que conservaba en un enmohecido álbum familiar. ¿Pero Juan? Seguramente no lo reconocería a primera vista y el único indicio que tenía para identificarlo era que vendría con cuatro maletas: una de cuero naranja, otra de color beige, otra de tela con colores típicos y un carryall plomo. No podría equivocarse.

¿Qué se dirían? ¿Cuáles serían las primeras palabras que intercambiarían? No lo podía imaginar.

Un Hola ¿Cómo estás? le parecía demasiado prosaico.

Un Hola, ¿Qué me cuentas del Ratón Adromónico? podría tal vez romper el hielo acumulado en tantos años de silencio. Pero ¿se acordaría él?

Y, fue entonces cuando una frase muy antigua, pero nunca olvidada, se abrió paso hasta llegar a los labios de Fulano de Tal.

¡Juan ha vuelto! ¡Juan ha vuelto!

Aunque ahora ya no estaría la pandilla para vitorearlo y Fulano ya no estaba en condiciones para alzarlo en hombros.

 

Petronio                                                                  16 de mayo de 2018

    

sábado, 16 de octubre de 2021

 

PERCEPCIONES Y REALIDADES

Este invierno ha sido atípico. En Lima, la mayor parte de los días, hemos gozado de algunas horas de sol, aunque en el último mes el frío o la sensación de frío, se haya acentuado; sobre todo de noche. Y algo parecido, aunque al revés, se ha vivido en el verano y otoño pasados; aunque las temperaturas no hayan sido tan extremas. Un factor que contribuye a la fuerte sensación de frío o de calor de los limeños ha sido y es la humedad, que siempre es alta en nuestra capital. De ahí que la temperatura real y la sensación de frío o de calor difieran significativamente.

Y así ocurre en otros terrenos; no sólo en el clima. La política es uno de ellos. La realidad es una y la percepción de los ciudadanos es otra. Las encuestas son el termómetro que no miden necesariamente la realidad sino la percepción de la gente sobre determinado hecho o personaje político. Y, a diferencia del clima, en donde la solución consiste en ponerse o quitarse más ropa o cobertor; en política la solución es más difícil, en algunos casos casi imposible: las percepciones perduran, aunque no correspondan a la realidad. Y la explicación es simple: el clima, la temperatura y la percepción de frío o de calor son algo neutro o imparcial; en cambio la realidad política y nuestra percepción de la misma no lo es. Está teñida de emociones, sentimientos e intereses. De simpatías, antipatías, prejuicios y, por qué no decirlo, de conocimientos e ignorancias.[1] Y en las encuestas se refleja todo eso.

Y algo más. En esta Era de la Información, los medios contribuyen a moldear la opinión pública en función de múltiples visiones e intereses. La cantidad de información que los ciudadanos reciben en todo momento supera largamente su capacidad de almacenaje, procesamiento y análisis. Y si a esto le añadimos el factor que nos ubica a los peruanos en los últimos lugares de comprensión lectora y razonamiento matemático (es decir; de lógica) tendremos como resultado que las percepciones y no las realidades ocupan un lugar preponderante a la hora de emitir opinión en las encuestas. [2]

De modo que hay que tener mucho cuidado en guiarse sólo por las encuestas; lo que nos hacer recordar el viejo dicho que dice más o menos así: “las estadísticas nunca mienten; pero siempre engañan”. [3]

En la portada del diario Gestión de hoy, 28 de setiembre, aparece el titular siguiente: “De cada 100 empresarios en el Perú, 71 son percibidos como corruptos”. Y agrega: “El 85% de los peruanos cree que empresarios que pagan coima son cómplices de la corrupción”. ¡¡¡!!!   Y en otra encuesta reciente los peruanos reconocen que un 78% es tolerante con la corrupción. Esa es la percepción de la gente; pero ¿es la realidad? Tenemos a dos ex presidentes presos, otro prófugo y uno más en salmuera cuyo gobierno, según la misma encuesta, ha sido el más corrupto de la historia. ¿Podemos creer en esto? Meditemos seriamente: Si la percepción correspondiera a la realidad, el Perú ya no tendría remedio posible; porque la corrupción no sólo sería del gobierno, las autoridades, las empresas y otras instituciones, sino también del mismo pueblo tolerante y cómplice con ella.  Y eso NO ES ACEPTABLE ni verdadero. Eso equivaldría a que los peruanos estaríamos rogando para que venga un Abimael Guzmán que queme todo y que de las cenizas surja un nuevo Perú. No seamos cómplices de esa patraña en la que los medios y las encuestadoras tienen una seria responsabilidad.

Realidad y percepción no es lo mismo.

Petronio                                                            28 de septiembre de 2017



[1] Las pruebas PISA son un termómetro serio y certero sobre la capacidad de los peruanos para pensar y razonar correctamente.  

[2] Un ejemplo a la mano. La corrupción ha pasado a ser el principal problema del país sobre la seguridad ciudadana, que ocupaba hasta hace poco el primer lugar. Todo, a raíz del escándalo tan publicitado de Lavajato, Odebretch y compañía. A pesar de que cada día los casos de delincuencia, en número, modalidad y ferocidad, se han multiplicado en forma alarmante.

[3] Si no dice textualmente así es porque mi memoria no es perfecta. Lo que no invalida el dicho.

 

ÑOMEÑAMOÑEMEÑON

Era el primer día de clases del curso de Botánica. Los chicos recién empezábamos la Secundaria y cada cosa constituía para nosotros una novedad. Algunos ya teníamos cierta idea de cómo era ese nuevo nivel de instrucción por lo que escuchábamos en casa comentar a nuestros hermanos mayores; pero la mayoría no.

El bullicio y la expectativa crecían en el salón de clases cuando repentinamente se hizo el silencio. Por la puerta delantera acababa de asomar una persona de edad, alta,  pelo entrecano, con lentes e impecablemente vestido con terno azul verdoso y corbata. Los alumnos, como movidos por un resorte, nos pusimos de pie (como se puede notar, eran otros tiempos).

-          Buenos días, muchachos -dijo con una voz sonora y amigable el recién llegado. -Soy su profesor de Botánica -continuó.

-          Buenos días, profesor -respondimos todos a coro.

-          Pueden sentarse -nos dijo dirigiéndose al pupitre y sentándose en la silla.

El profesor, siempre con la cabeza erguida, recorrió con una mirada divertida a ese grupo de cuarenta muchachos que lo observaban con curiosidad y luego de esa mirada de reconocimiento, se presentó:

-          Mi nombre es Alexis Lanatta y soy su profesor del curso de Botánica durante este año.

Y, con cierto aire teatral, continuó.

       -   Pero también soy primer violín en la Orquesta Sinfónica Nacional.

Nos quedamos sorprendidos ante esa información que no la esperábamos. Y también ante ese “arroz con mango” del que nos acabábamos de enterar: Botánica y Música. ¡Y clásica, todavía!

No sería la única sorpresa de este singular profesor. Con el correr de los días nos enteraríamos de otras cosas como la de su reloj de oro Omega de 18 kilates que, además de la hora, marcaba las fases de la luna y otras cosas más.

-          Y ahora -nos dijo luego de su presentación -cada uno de ustedes me va a decir su nombre. Vamos a empezar por la fila delantera y de izquierda a derecha.

-          A ver tú -dijo, señalando al primero.

-          Yo me llamo Alberto Zamudio -dijo el primero, aclarándose la voz.

-          Yo me llamo Antonio Montealegre -prosiguió el siguiente.

Así, uno por uno y con la misma fórmula, se iban parando y diciendo su nombre los cuarenta alumnos.

Cuando ya íbamos por la mitad y la cosa se iba poniendo monótona le tocó el turno a un muchacho esmirriado con claros signos de haber sufrido de desnutrición en sus primeros años. Dijo su nombre, pero nadie le entendió. Tampoco el profesor.

-          A ver, repite tu nombre -ordenó el profesor.

El alumno repitió su nombre, pero con el mismo resultado anterior. El resto de los muchachos empezó a murmurar y a cruzar diversos comentarios divertidos. El profesor mandó guardar silencio y poniéndose de pie se dirigió al asustado muchacho que no podía pronunciar bien su nombre.

-          Repite tu nombre lentamente y en voz alta –le dijo, poniéndose la mano en la oreja para escucharlo mejor.

Y el muchacho, más asustado que nunca, pronunció con voz gangosa su nombre y el profesor, quien sí lo había entendido esta vez, nos sorprendió a todos remedándolo:

-          Ñomeñamoñemeñón.

-          ¡Habla bien! hijo -lo conminó, retornando a su pupitre.

Todos soltamos una sonora carcajada -mirando al profesor y luego al susodicho que se moría de vergüenza.

Lo que nuestro compañero había estado diciendo infructuosamente todo el tiempo era:

-          Yo me llamo Jefferson -pero un problema de sus órganos vocales le impedía pronunciar bien.

Y el muchacho se quedó para siempre con ese apelativo puesto por el profesor y celebrado por el resto de la clase. Al año siguiente no se matriculó con nosotros y no lo volvimos a ver.

Con el correr de los años, para los que seguimos reuniéndonos ya de adultos, esa no fue sino una de las tantas anécdotas divertidas que repetíamos una y otra vez sin darnos cuenta de lo que, en algunos casos como este, podrían haber significado para el agraviado.

Poner “chapas” en esos tiempos era moneda corriente entre los muchachos; pero en algunos casos esos apodos podrían ser hirientes y sumamente mortificantes. En esos tiempos, el importado término bullying no había arribado a estas costas, aun cuando su equivalente criollo se practicaba a diestra y siniestra.  

De vez en cuando acuden a mi memoria recuerdos de esas épocas y suelo preguntarme ¿Qué habrá sido de la vida del amigo… Jefferson?  ¿Habrá podido superar su problema fonético y el trauma que tal vez le causara el hecho de que sus compañeros de clase no lo conocieran por su verdadero nombre sino como Ñomeñamoñemeñon?

Dondequiera que te encuentres, amigo Jefferson, perdóname.  

Petronio                                                                                     22 de marzo de 2020

sábado, 2 de octubre de 2021

 

¡AAAHHH! LA POLITICA

 

A una medida política de la oposición, interpelación y probable censura de una ministra, una respuesta política del gobierno; la cuestión de confianza al gabinete. Una jugada política audaz, de pronóstico reservado que, según mi opinión, debió hacer en anterior ocasión el año pasado. Nunca es tarde.

Sea cual fuere el resultado, lo cierto es que quienes deben estarse frotando las manos serían (lo pongo en condicional) los radicales como el señor Castillo. Veamos nomas lo que ha logrado con su aparente terquedad de prolongar una huelga magisterial que nos ha afectado a todos:

1.    Se ha convertido en una figura política que todo el país conoce ahora.

2.    Ha derrotado (en la práctica) a la actual dirigencia del SUTEP, enquistada durante décadas en el movimiento sindical magisterial.

3.    Ha conducido una de las huelgas magisteriales más largas de la historia.

4.    Ha provocado la interpelación y posible censura de la ministra de Educación

5.    Ha propiciado y puesto en evidencia la precariedad del gobierno y de la clase política en general.

6.    Ha "removido el gallinero” propiciando una crisis política de marca mayor.

7.    Puede provocar la caída del gabinete Zavala.

8.    Puede causar el cierre del Congreso y la convocatoria a nuevas elecciones.

Es decir; casi nada.

 ¿Tiene o no tiene poder el señor Castillo?

Y la pregunta de fondo: ¿Está o no ligado a, o influenciado por, las ideas del "presidente Gonzalo"?

Y no lo olvidemos. De por medio está el magisterio; los maestros que forman a las nuevas generaciones de peruanos. Nada más y nada menos.

 

Petronio                                                                       14 de septiembre de 2017

 

 Apéndice agregado el 2 de octubre de 2021.

Tweet del Congreso de la República el 15 de septiembre de 2017.

 [LO ÚLTIMO] Con 77 votos en contra, 22 a favor y 16 abstenciones, #Pleno niega cuestión de confianza a todo el Gabinete Ministerial.

 ¿Premonición? ¿Casualidad? ¿La historia se repite? ¡Vaya usted a saber!

jueves, 30 de septiembre de 2021

INGENIERO ALBAÑIL O GASFITERO

Hace algunos años, 4 o 5 por lo menos, mi hija, preocupada por mi seguridad y por mi “avanzada edad” me compró dos artefactos para la ducha: una barra para sujetarme con la mano y un asiento para poder ducharme con mayor comodidad. Ambos debían sujetarse a la pared.

Así debió ser; pero yo, recurriendo a mis reconocidas dotes de empedernido procrastinador fui dejando para después la susodicha instalación y los artefactos se fueron refundiendo en algún lugar desconocido de mi departamento, hasta que el Domingo pasado encontré uno de ellos, la barra. Al asiento, que es más grande, lo sigo buscando y parece haber desaparecido por arte de magia, como suele suceder.

Aun así, fueron pasando los días de la semana hasta que armado de coraje y una voluntad inquebrantable decidí ayer poner manos a la obra. Junté todo el material necesario para la instalación y me fui a la cama encomendándome a San Judas Tadeo, patrón de los imposibles, para que hoy por la mañana, a primera hora, emprendiera la tarea. Y así fue.

Taladro percutor Bosch de dos velocidades. Juego de brocas para mampostería. Tarugos de pulgada y media y tornillos apropiados. Extensión de corriente con adaptador porque el cordón del taladro era corto para llegar a donde tenía que perforar la pared. Lápiz y punzón para marcar el lugar preciso donde perforar los cuatro huecos que sujetarían la barra, dos arriba y dos abajo. Martillo para hundir los tarugos en los huecos. Banquito para subirme y poder alcanzar la parte superior de la barra. Desarmadores plano y estrella para apretar los tornillos que sujetan la barra a la pared. Y lo principal: una buena dosis de paciencia y mucho cuidado para perforar la pared sin que se rajen o astillen las planchas de cerámica.

Al final, luego de un par de horas de trabajo, planificación, mediciones, cálculos matemáticos, correcciones, un poquito de geometría euclidiana y otro tanto de fuerza bruta, logré terminar mi mayor obra de ingeniería de los últimos tiempos en mi departamento. Buena señal de que todavía tengo cuerda para rato y que cinco años de estudios, varios de especialización y cincuenta años de vida profesional todavía sirven para algo.

Y lo mejor es que no me caí. Y que no me caeré en la ducha cada vez que entre o salga de ella pues ahora tengo una barra donde sujetarme si me resbalo. 

Hoy en la noche la estreno antes de irme a la cama y seguramente tendré un sueño agradable, y no las habituales pesadillas provocadas por la pandemia, la cuarentena, la vacuna china, las camas UCI, Vizcarra, Mazzetti, Acuña, Lescano, López Aliaga y demás miembros del elenco del terror.

Por el momento, les presento mi obra maestra.

Aunque pensándolo mejor, la próxima vez llamaré a un gasfitero o a un albañil; sobre todo ahora que ¡Oh, sorpresa! buscando otra cosa en el depósito, encontré dentro de una caja, bien escondido, el asiento fugitivo.  

Petronio                                                                                            20 de marzo de 2021